El Loco de Sevilla
En
el manicomio de Sevilla, había
un licenciado a quien sus parientes
habían puesto
por estar loco. Después de estar allí varios años, el
hombre decidió que estaba cuerdo,
y le escribió al arzobispo rogándole
que le dejara salir del manicomio
porque sus parientes lo tenían allí sólo para gozar
de una parte de su abundante fortuna.
El arzobispo,
después de recibir varias cartas discretas del licenciado, envió
a un capellán a conversar
con el loco para determinar si estaba completamente cuerdo antes de ponerlo
en libertad. Después de hablar un buen rato con el loco, el capellán
decidió que el licenciado estaba bien de la cabeza porque en su conversación
no le había dicho
nada disparatado. En su opinión,
el rector del manicomio retenía
al licenciado para no dejar de
recibir los regalos que le hacían los parientes que deseaban su dinero.
Convencido de las malas intenciones del rector y de los parientes, el capellán
tomó la decisión de llevarse
al licenciado a que al arzobispo lo viera.
Al enterarse
de los planes del capellán, el rector le aconsejó
pensar bien lo que iba a hacer porque el licenciado no estaba curado, pero
el capellán no le hizo caso. Después
de vestirse con su ropa de cuerdo, el licenciado le rogó al capellán
que le dejara despedirse de los otros locos. Éste consintió,
y se acercaron a una jaula que encerraba
a un loco furioso:
"Hermano,
me voy a mi casa. Dios, por su infinita bondad
y misericordia, me ha curado de
mi locura. Ya que el poder de Dios
no tiene límite, tenga confianza en Él para que también
le devuelva su juicio. Le mandaré
regalos de comida porque creo que nuestra locura resulta de los estómagos
vacíos y de los cerebros
llenos de aire."
Otro loco escuchó
estas palabras del licenciado y preguntó quién se iba del manicomio
sano y cuerdo. El licenciado curado contestó:
"Yo,
hermano, me voy porque no tengo que estar aquí más, y por esto
le doy muchísimas gracias a Dios."
"¡Cuidado!
Que no le engañe Satanás,"
respondió el loco. "Quédese aquí para no tener que
volver en el futuro."
"Yo
estoy cuerdo," replicó el licenciado, "y no tendré
que regresar jamás."
"¿Ud.
cuerdo?," dijo el loco. "Está bien. Siga con Dios, pero yo
le juro a Júpiter, a quien
represento en este mundo, que voy a castigar
a Sevilla, la cual peca por sacarte
de esta casa, de una manera que nunca se olvidará.
¿No te das cuenta, licenciadillo, que soy Júpiter y que tengo
en mis manos rayos con que puedo
destruir el mundo? Sin embargo, voy a castigar a este pueblo de otra manera;
yo no lloveré
en esta región durante tres años enteros. ¿Tú
libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, yo enfermo y yo atado?"
Al oír
esto, nuestro licenciado se volvió al capellán y le contestó:
"Padre, no le haga caso a este loco que dice que
es Júpiter y que se niega a llover. Yo soy Neptuno, el dios de la lluvia,
y lloveré
todo lo que me dé la gana."
"No
sería
bueno enojar al señor Júpiter," respondió el capellán.
"Es mejor que Ud. se quede aquí por ahora, y luego, en un momento
más oportuno, volveremos
por Ud."
El capellán,
medio avergonzado, en seguida
les mandó desnudar al licenciado y meterlo
de nuevo en su celda.
el
licenciado
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el arzobispo
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el capellán
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el rector
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un loco furioso
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otro loco
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